Lo encontraron sin vida…
Solo, en una acera olvidada por todos.
Pero no estaba del todo solo.
A su lado, inmóvil pero alerta,
el perro que jamás lo abandonó.
Ni la miseria, ni el hambre, ni el frío lograron separarlos.
No tenía casa, ni lujos,
pero tenía lo más puro:
el amor incondicional de quien nunca pidió nada a cambio.
Mientras los curiosos miraban con indiferencia,
su fiel compañero esperaba…
como si aún creyera que en cualquier momento se levantaría.
Eso es la lealtad.
Eso es el amor verdadero…
El que ni la muerte puede romper.
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